En
los días más tranquilos, las olas y la playa hacían el amor, o follaban, como
prefería llamarlo él, de manera prolongada e insistente. El mar, el macho, y la
playa, la hembra, ambos se contenían y acumulaban hasta el orgasmo, que se
expresaba en forma de espuma suave sobre metros y metros de arena empapada.
Pero
los días de temporal, el mar embravecido lanzaba sus embates de olas violentas
contra la playa con la fuerza y la prisa de una violación, una enorme y
pertinaz violación del mar sobre la tierra en su parte más sensible y
vulnerable.
Y
el hecho de sentir un placer próximo a la lascivia contemplando esto último
para después registrarlo en sus cuadros, era algo que lo angustiaba y le hacía
cuestionarse su propia salud mental.
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