OCURRIÓ
EN LA CIUDAZ
Ilustración de Juapi |
No surgieron del mar ni de los
bosques,
ocurrió en la ciudad a plena luz,
lejos de los modelos literarios
que proponen la noche y la
tormenta
para hacer realidad las
pesadillas.
En la ciudad surgieron, en las
casas,
y tomaron las calles sin remedio.
La podredumbre y el hedor no eran
al principio evidentes, pero
luego,
con el calor del sol y del
asfalto,
fueron inevitables y tangibles
hemorragias y llagas, flacidez
de músculos y órganos, de cuerpos.
Carne podrida dentro de los trajes,
dentro de los vestidos, los
zapatos.
Y como obedeciendo a un viejo
instinto,
la carne se lanzó contra la carne,
a dentellada limpia (es un decir),
a mordisco, a zarpazo, entre
gruñidos
y gritos y chasquidos animales.
Dio igual hombres, mujeres, niños,
viejos...,
cuerpos se abalanzaban contra
cuerpos
con hambre irracional y sed
absurda.
En poco tiempo el caos fue el
nuevo orden
y las extremidades mutiladas
la forma habitual de anatomía.
Y no se veía el fin, no había
reposo,
los miembros y los órganos seguían
moviéndose y buscando su
alimento...
Y todo era alimento y todo boca.
Y así ocurrió el final
apocalíptico.
La muerte en su versión más
nauseabunda,
la muerte que no llega y que no
alivia,
regodeo mortal en la tardanza
carnívora y caníbal y aberrante.
Las causas no se hallaron en un
virus,
ni en un raro incidente
radiactivo;
fue algo más sencillo y más
terrible,
el miedo aderezado con la envidia
de un vecino cualquiera, de un
extraño,
en la ciudad en crisis y culpable.
Mas nadie pudo ya dar fe de aquello...
Perdón, sí que hubo un único
testigo.
En lo alto de la torre el viejo
ángel,
los ojos amarillos y las alas
negras, como las uñas y los
dientes,
admira complacido su gran obra.
Poema publicado en las revistas electrónicas El Globo Sonda y fanZine, cuya vista os recomiendo sin reservas.
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