Una sesión de acercamiento a la literatura infantil para madres (y
padres) sirve, entre otras cosas, para abrir alguna puerta a paisajes todavía
desconocidos para madres (y padres). Y la simple presencia de determinadas
obras es muy útil para ello, sobre todo después de comprobar que, por un lado,
la idea de que no hay temas inadecuados, sino tratamientos inadecuados, no está
tan extendida como pensaba; y por otro, que la tendencia a seleccionar y
recomendar libros acordes con las convicciones de las madres (y los padres), en
cambio, está más extendida de lo que pensaba. Se nota en el momento de abordar
libros que contienen historias comprometidas y temas tan “serios” como la
muerte, la homosexualidad, la familia, el racismo, la educación…
Supongo que es
lógico transmitir los valores en que fundamentamos nuestra vida, pero también
es lógico -o cuando menos conveniente- ampliar la oferta mostrando que existen
otras posibilidades; sobre todo si esa oferta supone, eso, ampliar, no
restringir.
Por ejemplo:
Una madre (o padre) estricta ¿compraría un álbum como Madrechillona, de Jutta Bauer (Lóguez),
o Papá León y sus felices hijos, de
Janosch (Kókinos)?
Un padre (o madre) machista, ¿leería a su hija o hijo Arturo y Clementina, de Adela Turin
(Lumen)?
Una madre (o padre) cualquiera daría a leer un álbum como Una casa para el abuelo, de Grassa Toro
(Sinsentido), o una novela como Birgit,
de Gudrun Mebs (El Jinete Azul), sin tener la necesidad de abordar el tema de
la muerte o la enfermedad?
Sólo el intercambio de opiniones ya hace que merezca la pena la
presencia de esas obras. Pero la red de relaciones y referencias a otras obras,
hace de esa presencia una herramienta inmejorable para alcanzar el propósito
del principio, abrir alguna puerta.
La única pega es que siguen faltando padres.
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