¿No os ha ocurrido alguna vez, al retirar de su estante un volumen polvoriento y acartonado, que al cabo de unos minutos en vuestras manos dejaba de crujir y se esponjaba, como si os agradeciese la elección? Quizá, así como ciertas lecturas nos conmueven particularmente y permanecen en el recuerdo, algo de nosotros se va traspasando a los libros que hemos abierto y leído con mayor frecuencia, y cuando volvemos a consultarlos surge entre sus páginas un destello de reconocimiento. Al fin y al cabo, es lo que sucede con los libros que hemos escrito: establecemos un diálogo incesante con ellos y nos cuentan cosas de nosotros mismos que habíamos olvidado.
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