jueves, 23 de abril de 2015

De vez en cuando, la belleza


La última vez ha sido en Cuenca, durante la pasada Semana Santa, al escuchar el cuarteto en re menor “La muerte y la doncella”, de Schubert, interpretado por el Cuarteto Quiroga. Pero ha habido muchas otras veces anteriores. Al callejear por Lisboa en otoño. Al contemplar los óleos de Turner, el año pasado. Al ver las nubes trepar por las montañas en los Pirineos andorranos, en verano. Al deambular por Camden Market y comer cualquier cosa de sus puestos infinitos. Al acariciar la suavidad de tu piel cualquier noche. Al leer "Hay golpes en la vida tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios...". Al ver la volea de Zidane en 2002, o un mate de Jordan, o una asistencia de Magic Johnson, años antes. Al asistir a esa puesta de sol sobre el valle del Guadalquivir, bajo el cielo nublado de Baeza. Al recorrer el valle de los cerezos en flor del Jerte. Al escribir un haiku inabarcable. Al escuchar y entender “Ne me quitte pas. Je t'inventerai des mots insensés que tu comprendras..." Al ver el mar gallego embravecido, o una noche absoluta en la montaña... 
Ha sido en Cuenca la última vez que he sentido el chispazo de la belleza, pero, afortunadamente, no es un chispazo inusual, sino frecuente, en relación directa con la inquietud y la predisposición. Me siento afortunado por sentir esa inquietud y mantener esa predisposición, y deseo que todo el mundo sea capaz de sentir ese chispazo más de una vez, más de cien veces. Debería ser obligatorio que toda persona sintiese la turbación de la belleza de vez en cuando, desde la contemplación de un cuadro hasta un gol, una foto, un cuerpo. 
Puedo imaginar  a alguien con un sentido perverso de la belleza, pero me resulta imposible imaginar a una persona inmune al gozo de la belleza en cualquiera de sus formas, incapaz de sentir lo bello como quien siente un seísmo, irremediablemente. No puede ser, nadie debe librarse, porque sería una carencia irreparable para ser feliz.


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