DE MEMORIA
Nunca podría olvidar aquel momento en que vio nacer a
su hijo, cuando lo tomó entre sus brazos y pudo observar tranquilamente y con
toda la emoción aquel cuerpecillo nuevo, la cara roja y arrugada, el pelo tan
negro, las manos diminutas con los dedines cimbreándose como lombrices. Así se
lo repetía orgulloso y digno ahora, cuarenta años después, a aquel señor que
decía llamarse como su hijo, pero que sin duda alguna no era su hijo, porque lo
recordaría.
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