Los grandes editores no son siempre buenos lectores y de los buenos
lectores rara vez sale un gran editor, pero Bowman estaba de algún modo a medio
camino. Muchas noches, ya tarde, cuando se había apagado el ruido del tráfico y
Vivian dormía, Bowman se quedaba leyendo. La única luz procedía de una lámpara
colocada junto al sillón, no lejos de su mano había una copa. Le gustaba leer
acompañado por el silencio y el color ambarino del whisky. Le gustaba la
comida, la gente, conversar, pero la lectura era para él un placer inagotable.
Aquello que la delicia de la música representa para otros, era para él la
palabra sobre papel.
James Salter: Todo lo que hay (Círculo de
Lectores, 2014)
Traducción de Eduardo Jordá
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