jueves, 26 de abril de 2018

Feli Abril Febril


Mi vecina Felicidad, Feli, florece en abril cada año. Entre repúblicas y revoluciones, Andersen, Shakespeare y Cervantes, se pone estupenda y aprovecha cada instante que puede para conmemorar y leer ante cualquiera que se cruce en su camino, o simplemente viva a un tiro de piedra metafórico. Abril es su mes y con él carga las pilas para casi todo el año. Hace listas de libros que luego materializa en la feria correspondiente y dosifica previsora. Selecciona frases y versos que lee en voz alta en la escalera o copia a mano, con letra de maestra antigua, para pasarlos luego por debajo de las puertas en hojas de papel decoradas y perfumadas. Abre la ventana y pone a toda pastilla Grândola, Vila Morena en el equipo de música, mientras riega con claveles la gran vía. Abandona libros selectos en diferentes lugares del barrio y espía para saber quién se los lleva. Busca lectoras con quien compartir, a quien recomendar y de quien tomar nota. Decora el salón de casa con banderas tricolor y organiza reuniones a las que sólo se puede asistir aportando algún presente republicano, una canción, una película, una historia...
La explosión primaveral de Feli expande su onda por los meses siguientes, alcanza playas, montañas y ciudades del verano, agita con temblor tranquilo las hojas del otoño y apenas es un hilo de tinta y voz en el invierno. Es entonces, en el invierno inmóvil y gélido, cuando Feli parece en sombra, apóstata de sí misma, y necesita de todas sus reservas, entre las que me encuentro, faltaría, para proyectarse un poco más allá, recorrer sin sucumbir ese páramo inhóspito, alcanzar la linde y vislumbrar los primeros brotes de la primavera en las diminutas luces del almendro. Es entonces cuando Feli parece -ya lo cantó Silvio Rodríguez- “como esperando abril” y una chispa de su propio nombre prende la mecha de un nuevo año.



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