viernes, 27 de julio de 2018

Cuento de verano


Dice la profecía... Llegarás al último día de trabajo como quien se planta en la línea de salida de una carrera inminente, se coloca sobre los tacos, tensa todos los músculos, pone en alerta cada célula de su cuerpo, y el pistoletazo de salida no se da; tarda y tarda y tarda, hasta que no puedes aguantar tanta tensión y sales en falso, una vez y otra vez... Es una mierda, porque no hay descalificación, sino que vuelves a tu puesto y vuelta a empezar. Hasta que finalmente, ¡pam!, se da la salida y ya no hay vuelta atrás. Saldrás. Irás directamente a... Irás directamente, no importa a dónde, porque sólo irás. Al bar, a casa, a donde sea, vas, la cuestión es ir, estar yendo ya, con el eco, ¡pam!, del pistoletazo en tu cabeza y todos los rivales perdidos de vista en un instante, inmediatamente. Sólo tú y tus vacaciones por delante, avanzando a toda velocidad, celebrando la liberación, haciendo el equipaje sin olvidar nada, sacando dinero suficiente del cajero, metiendo prisa a la familia porque no hay tiempo que perder, carpe diem, collige virgo rosa, andando que es gerundio hasta el beatus ille, merecido y anhelado. Y así, a velocidad de crucero ya, arrancarás, te incorporarás a la autopista, avanzarás por el río de la operación salida rumbo al mar de la tranquilidad, junto a millones de individuos que, como tú, habrán salido a toda pastilla, dejando atrás todo y a todos, poniendo su atención completa en ese apartamento, esa playa, ese pueblo, ese hotel, donde entre millones estar solo, ser solo, the fucker master of the universe. Y pasarás la semana, la quincena, sin pérdida de tiempo, porque cada instante es único e irrepetible, como probarán las fotos y los vídeos, y adaptará la memoria enseguida. Y desembocarás en el momento del regreso, ilusionado y agradecido, completamente repuesto, las pilas cargadas, para reincorporarte sin solución de continuidad al trabajo y a la cotidianidad, como quien ayer no más decía... Y fin.



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