jueves, 29 de octubre de 2009

Sonriente sobre ruedas


Es posible que os crucéis con él cualquier mañana de éstas, por cualquier camino de los alrededores; quizá venga por la vía pecuaria o vaya por el camino de la pista de vuelo. Serán las ocho y pico de la mañana, las nueve a lo sumo; llevará recorridos diez o quince kilómetros sobre su bicicleta roja de cuadro Nishiki, con frenos de disco y cambios Shimano. Lo veréis sudoroso, pero no será eso lo que os llamará la atención, sino su cara sonriente. Llevará casco, mitones y culotte; llevará doloridos el culo, las manos y las piernas; habrá espantado a varios conejos, pájaros y palomas, a alguna pareja de perdices y una urraca solitaria; habrá escuchado el ruido de los animales al emprender la huida o alzar el vuelo; el sonido del viento en la cara, el de su propia respiración, el zumbido inquietante de los cables de alta tensión sobre su cabeza, el más tranquilizador de la tierra bajo las ruedas de su bicicleta roja de cuadro Nishiki con equipo Shimano; habrá superado un par de puentes sobre las vías del tren y la autopista, y pequeños desniveles y cuestas; habrá sorteado con mayor o menor pericia baches, piedras y cacas de oveja; habrá avanzado entre campos recién labrados o repletos de espigas o sembrados de amapolas, según el mes; y lo veréis sonriente pese al esfuerzo y la fatiga y el polvo del camino y el viento de cara y la lluvia repentina. En una hora habrá recorrido unos veinte kilómetros; después, habrá regresado a casa, le habrá dado un agua a la bicicleta roja de cuadro Nishiki y equipo Shimano; se duchará mientras escucha música en la radio y quedará listo para emprender el resto del día. Sonriente, ¿por qué? ¿Por todo lo anterior? ¿Porque todavía es posible disfrutar de todo lo anterior? ¿Por emplear el tiempo y el esfuerzo en pedalear por la tierra que nos rodea abriendo un pequeño paréntesis de soledad en el torrente cotidiano? Quién sabe. Es más, posiblemente ni siquiera él mismo conozca el motivo; posiblemente él se limite a sonreír mientras hace el ofrecimiento: hay que probarlo.


Ilustración del álbum Willy el campeón, de Anthony Browne.


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