lunes, 21 de diciembre de 2009

En Noche... buena


La policía lo encontró el día de Navidad por la tarde, en un local comercial vacío. Estaba sucio, prácticamente desnudo y semiinconsciente, enterrado bajo una montaña de cartones y papeles de regalo, y rodeado de un marasmo de juguetes rotos. Murmuraba sin cesar palabras apenas inteligibles, como una letanía o un bucle oral del que era incapaz de salir.
Cuando se corrió la noticia, varios vecinos trasnochadores y algún vigilante jurado testificaron que lo habían visto a altas horas de la madrugada en diferentes zonas de la ciudad, merodeando entre los chalés sin terminar, los bloques de pisos sin ocupar, las viviendas abandonadas. Se mesaba la barba a golpe de lamento y gemía como un niño. Lo tomaron por un vagabundo loco, pero lo dejaron estar. Al fin y al cabo era Nochebuena.
Entre los despojos del local hallaron también jirones de tela roja y blanca, y el presentimiento se hizo más patente. Aquello no era un disfraz, ni se trataba de un loco, ni balbuceaba palabras inconexas.
Localizaron a un intérprete, que acudió renegando por haber tenido que dejar a la familia en una fecha tan señalada como aquella. Escuchó atentamente al desconocido, le hizo varias preguntas, tomó enigmáticas notas en su libreta, grabó sus palabras en un diminuto aparato digital que le habían regalado la noche anterior y concluyó lo que nadie, o todos, sospechaban. “Habla un dialecto del finés, de la zona más septentrional del país, antiguo y de transmisión principalmente oral. Hay algunas expresiones que no entiendo completamente, pero me atrevo a asegurar que lo que dice es lo siguiente: ‘Vaya mierda. Tanta casa en obras, sin acabar y sin habitar, o mejor dicho habitada por fantasmas descreídos… Qué regalos se pueden dejar en estas condiciones. Así no hay quien trabaje, jou, jou, jou’.”


Ilustración de Biljana Djurdjevic.

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