
A poco de llegar, la chica le dijo al viejo: "Daría dos dedos de la mano por aprender a leer, ya ve." Entonces el señorito rompió a reír y dijo: "Hija, eso no cuesta dinero." Y se puso a la tarea. Pero la muchacha era roma y de lento discurso y necesitó un año y cinco meses y siete días para dominar el abecedario sin una vacilación. Y una tarde, de pronto, el endiablado mundo de las letras, que ella consideraba definitivamente sometido, se amplió hasta lo inverosímil.
Miguel Delibes: La hoja roja.
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