
Cuando se piensa en establecer una norma, supongo que primero se acepta su necesidad y después se estudian pros y contras, se plantean supuestos, se prevén posibilidades, de tal forma que cuando se decide implantarla, la norma sirve de referencia y dirige las decisiones a adoptar en cada caso.
Sin embargo, últimamente parece que ciertas normas sólo valen en el plano teórico, que es lo mismo que decir que no vale nada, y que en la práctica deben ser automáticamente revisadas. Así ha ocurrido en el asunto de la niña del velo, que nos lleva rondando tantas semanas: se cuestiona la norma, se la interpreta lateralmente y se elevan voces al cielo por la niña, su dignidad, su derecho a la educación, su bla, bla, bla. Y no acabo de entenderlo.
Si la norma dice que es el colegio quien decide cómo no se debe asistir a clase, o sea que es el colegio quien dicta esa norma, la niña deberá aceptarla si es que quiere estudiar en ese centro. Es más, la niña del velo es hija; quiero decir que tiene unos padres que deben educarla también, y eso significa que deben inculcarle la obediencia a las normas; no una obediencia ciega, por supuesto, sino crítica, vale, pero obediencia al fin y al cabo, aceptación, respeto, ¿no es eso lo que hacemos todos?, ¿no es en eso en lo que consiste convivir? Las opciones personales están supeditadas a las normas sociales y educar consiste, entre otras cosas, en enseñar eso, con sus causas y sus efectos y los mecanismos de cambio.
Según se ha enfocado el asunto del velo, parece que es más legítimo protestar y rebelarse por un motivo religioso que por cualquier otro. Si yo, chaval de catorce años, me cubro la perola con una gorra ladeada, un sombrero de ala estrecha, una peluca afro o una capucha, seré tachado de rapero, fashion victim, payaso o pandillero, y deberé quitarme el tocado sin rechistar; pero si me cubro con un velo, cuidado con lo que decidís, que tengo a la Constitución y a toda la corte celestial conmigo. No.
Hablamos de derechos tanto como de deberes y no debemos olvidar que el reconocimiento de ambos, de ambos por igual, son el logro más ambicioso de una sociedad civilizada.
Sin embargo, últimamente parece que ciertas normas sólo valen en el plano teórico, que es lo mismo que decir que no vale nada, y que en la práctica deben ser automáticamente revisadas. Así ha ocurrido en el asunto de la niña del velo, que nos lleva rondando tantas semanas: se cuestiona la norma, se la interpreta lateralmente y se elevan voces al cielo por la niña, su dignidad, su derecho a la educación, su bla, bla, bla. Y no acabo de entenderlo.
Si la norma dice que es el colegio quien decide cómo no se debe asistir a clase, o sea que es el colegio quien dicta esa norma, la niña deberá aceptarla si es que quiere estudiar en ese centro. Es más, la niña del velo es hija; quiero decir que tiene unos padres que deben educarla también, y eso significa que deben inculcarle la obediencia a las normas; no una obediencia ciega, por supuesto, sino crítica, vale, pero obediencia al fin y al cabo, aceptación, respeto, ¿no es eso lo que hacemos todos?, ¿no es en eso en lo que consiste convivir? Las opciones personales están supeditadas a las normas sociales y educar consiste, entre otras cosas, en enseñar eso, con sus causas y sus efectos y los mecanismos de cambio.
Según se ha enfocado el asunto del velo, parece que es más legítimo protestar y rebelarse por un motivo religioso que por cualquier otro. Si yo, chaval de catorce años, me cubro la perola con una gorra ladeada, un sombrero de ala estrecha, una peluca afro o una capucha, seré tachado de rapero, fashion victim, payaso o pandillero, y deberé quitarme el tocado sin rechistar; pero si me cubro con un velo, cuidado con lo que decidís, que tengo a la Constitución y a toda la corte celestial conmigo. No.
Hablamos de derechos tanto como de deberes y no debemos olvidar que el reconocimiento de ambos, de ambos por igual, son el logro más ambicioso de una sociedad civilizada.
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