
En el comunicado vespertino de la comisión, la cantidad de libros examinados era cada vez mayor, pero ya no se transmitía ningún dato sobre los veredictos positivos o negativos. Los sellos del general Fedina quedaban sin usar. Si, tratando de controlar el trabajo de los tenientes, preguntaba a uno de ellos: «¿Pero cómo has dejado pasar esta novela? ¡La tropa queda mejor parada que los oficiales! ¡Es un autor que no respeta el orden jerárquico!», el teniente le contestaba citando otros autores, enredándose en razonamientos históricos, filosóficos y económicos. Se producían discusiones generales que duraban horas y horas. El señor Crispino, silencioso en sus pantuflas, casi invisible con su guardapolvo gris, intervenía siempre en el momento justo, con un libro que a su entender contenía detalles interesantes sobre el tema en cuestión, y que siempre producía el efecto de poner en crisis las convicciones del general Fedina.
Italo Calvino: Un general en la biblioteca.
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