Este año, se cumplen cien del nacimiento de Leo Lionni (1910-1999). Quienes estén familiarizados con la literatura infantil lo conocerán sobradamente, quienes no la frecuenten, deberían salir corriendo a la biblioteca más cercana -o a la librería, si pretenden atesorar algunas de las joyas ideadas por este autor- para leerlo de una vez, porque no saben lo que se pierden.
Es uno de los mejores ejemplos que conozco para ilustrar la teoría de que la literatura infantil no sólo no es exclusivamente para niños, sino que puede alcanzar las mismas cotas que la Literatura, a secas y con mayúscula, e incluso superar holgadamente muchas de las obras inscritas en ese gran club.
Leonni es escritor e ilustrador de sus libros, lo cual le permite sacar de paseo a su genio particular de forma original, precisa y, sí, perfecta, ocupando unas pocas páginas.
Leonni pertenece al grupo de escritores que logra ese raro pero deseable equilibrio entre didactismo y fantasía que caracteriza a las mejores obras literarias. Por ejemplo: dos manchas de distinto color, Pequeño Azul y Pequeño Amarillo, sirven para mostrarnos una aventura de enriquecimiento mutuo gracias a la mezcla, a la contaminación (y gracias, Pedro Guerra, por utilizar esta palabra en tu canción); un esquemático pez negro de nombre Nadarín nos enseña que ser diferente no tiene que ser un defecto, sino una gran ventaja, y que los buenos héroes lo son porque revierten su heroicidad en la comunidad, y que la unión hace la fuerza, por supuesto; una familia de ratones de papel recrea la vieja fábula de la cigarra y la hormiga para mostrarnos la importancia..., la necesidad, mejor, de una ocupación tan “inútil” como la de poeta, que es la que practica el genial Frederick.
Leonni escribe e ilustra sobre individuos en su entorno, y cada breve peripecia se abre y agranda sin límites para hablarnos sobre la belleza del mundo y la bondad de las personas. ¿Es o no Literatura?
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