
Después de una larga e intensa jornada durante la cual no he parado, no he dejado de utilizar todo mi cuerpo para realizar un sinfín de actividades, no he dejado de utilizar mi cerebro para percibir las señales del exterior -y del interior- e interpretarlas, accionar y reaccionar consecuentemente, no he dejado de querer y necesitar cosas y personas; después de todo esto, por fin ha llegado el momento en el que lo único que debo hacer es nada, literalmente: nada de nada. Me tumbo en mi cama, me arropo y a dormir. Fundido en negro.
Pero no puede ser. Tras una jornada tan intensa, tan activa y sugerente, no puedo, de pronto, automáticamente, relajarme, cerrar los ojos, dejarme llevar confiadamente hacia ese extraordinario lugar, tan caprichoso, sorprendente y siempre desconocido, llamado sueño. No.
Es un cambio demasiado radical. Y ahora que ya domino casi todo mi cuerpo, ahora que mis sentidos me envían señales más ordenadas, ahora que en mi cabeza fluyen ideas y pensamientos tan curiosos, necesito algo más, necesito que alguna de las personas más importantes de mi vida, más presentes en mi vida, me acompañe en la transición. No es un capricho mío, ni una improvisación, nada de eso; se trata de una rutina más, un momento más entre los momentos importantes y “obligatorios” de mi larga e intensa jornada.
Es un momento de suave cierre y atractiva apertura, un momento emocionante, un momento único y exclusivo. Es mi momento y lo necesito tanto, mamá, papá.
Es el momento de mi cuento, contigo aquí, tan cerquita, con tu calor y tu olor, con tus voces tan divertidas, con ese libro tan colorido, con esas palabras tan vivas y esas aventuras fenomenales.
Y después el beso.
Es imposible imaginar un mejor “colorín colorado” del día para el “érase una vez” del sueño.
Ilustración: portada del libro de Helen Oxenbury A la cama, ed. Juventud.
Es un cambio demasiado radical. Y ahora que ya domino casi todo mi cuerpo, ahora que mis sentidos me envían señales más ordenadas, ahora que en mi cabeza fluyen ideas y pensamientos tan curiosos, necesito algo más, necesito que alguna de las personas más importantes de mi vida, más presentes en mi vida, me acompañe en la transición. No es un capricho mío, ni una improvisación, nada de eso; se trata de una rutina más, un momento más entre los momentos importantes y “obligatorios” de mi larga e intensa jornada.
Es un momento de suave cierre y atractiva apertura, un momento emocionante, un momento único y exclusivo. Es mi momento y lo necesito tanto, mamá, papá.
Es el momento de mi cuento, contigo aquí, tan cerquita, con tu calor y tu olor, con tus voces tan divertidas, con ese libro tan colorido, con esas palabras tan vivas y esas aventuras fenomenales.
Y después el beso.
Es imposible imaginar un mejor “colorín colorado” del día para el “érase una vez” del sueño.

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