martes, 21 de diciembre de 2010

¡Cuénta confusión!


“Llego tarde, llego tarde”, repite el conejo blanco y al meterse por el hueco del árbol, zas, aparece en otro bosque con una casita en un claro y una muchacha durmiendo… Se acerca y husmea, pero siete sombras lo alertan y se esconde. Los enanos llegan sudorosos y se asoman al interior de su casa, donde siete cabritillos se esconden del lobo. “¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, gritan con todas sus fuerzas, pero nadie acude en su ayuda. La culpa es del pastor mentiroso que lleva gritando lo mismo años y años. El lobo se ríe mientras despedaza un conejo blanco. Lo mastica bien, no vaya a ser que salga vivito y coleando cuando le abran la barriga mientras duerme un profundo y largo sueño, de cien años por lo menos. Un sueño de bella durmiente víctima de un hechizo inevitable, “ay, me pinché con el huso”, y siente que todo se vuelve oscur… La bella recibe un beso que sabe a zarzamora mezclada con polvo y con lágrimas, el príncipe está empeñado en probarle un zapato de cristal, delante de la madrastra, que ríe a carcajadas y deja ver sus dientes de metal, afilados y temibles. La muchacha corre para alejarse de ese castillo construido sobre patas de gallina. Por el camino se cruza con tres cerditos, dos niños, un flautista y medio pollo, que la jalean como si fuese una atleta. Ella está furiosa y su furia la transforma en dragón guardián de tesoros robados por bandidos y ocultos en la montaña que sólo se abre a quien pronuncie las palabras mágicas, tan mágicas como el acto de frotar una lámpara, destapar una botella, leer un libro… Un libro mezcla de muchos libros, porque con tanto meneo durante el viaje unos cuentos se confunden con otros… Melchor, Gaspar, os tengo dicho que vayáis con más cuidado, a ver ahora cómo distinguimos qué cuento es para quién, caramba… Claro que… ¿y si los dejamos así?


Ilustración de Javier Serrano.


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