sábado, 20 de agosto de 2011

Descifrar el conjuro

 
A medida que las dudas crecían, Tengo empezó a distanciarse de forma consciente del mundo de las matemáticas. Al mismo tiempo, empezó a sentirse cada vez más atraído por el bosque de la ficción. Leer novelas era, por supuesto, otro tipo de evasión. Cuando cerraba las páginas de un libro, tenía que regresar al mundo real. Sin embargo, un día se dio cuenta de que, cuando volvía a la realidad tras haber visitado el mundo de las novelas, no experimentaba esa dura frustración que sentía al volver del universo matemático. ¿A qué se debería? Reflexionó sobre ello y, en poco tiempo, llegó a una conclusión. En el bosque de la ficción, aunque las relaciones entre todas las cosas eran evidentes, nunca obtenía respuestas lógicas, a diferencia de lo que sucedía con las matemáticas. El papel de las historias de ficción era, grosso modo, presentar una cuestión bajo una forma distinta. Y dependiendo de las características y de la transformación que sufría aquella cuestión, la solución quedaba sugerida en la historia. Tengo atrapaba esa sugerencia y regresaba al mundo real. Era como un pedazo de papel en el que había escrito un conjuro incomprensible. Algunas veces resultaba incoherente y no tenía ninguna utilidad práctica inmediata. Pero albergaba una posibilidad. Quizás algún día pudiera descifrar el conjuro. Esa probabilidad lo iba reconfortando poco a poco, hasta lo más hondo del corazón.

Haruki Murakami: 1Q84 (Tusquets, 2011)
Traducción de Gabriel Álvarez Martínez

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