¿Qué le ha faltado a la JMJ? Fácil, la C. A la Jornada Mundial de la Juventud le falta siempre la C de “católica”. Es curiosa esta omisión. Si yo fuese uno de los implicados en ese gran evento querría que, sobre todas la cosas, figurase la C en el acrónimo, una C del tamaño del copón. Y sin embargo, se omite la C. ¿Por qué? En la primera convocatoria, hecha en 1984 por Juan Pablo II tiene su justificación: como eran los jóvenes de todo el mundo quienes iban a Roma, la C se la daba la sede y a todos los asistentes se les suponía la C por defecto; algo parecido a lo que ocurría con el valor en los viejos reclutas de nuestra mili, que se les suponía a todos en la cartilla. Pero en las siguientes jornadas, cuando la cosa sale al exterior, la primera medida promocional debería haber sido plantarle a las siglas una C enorme, una C emblemática, una C insignia. Y sin embargo… Se me ocurren dos explicaciones coincidentes para esta omisión.
Una es que la supresión del término “católica” significa un ejercicio de universalización eclesiástica, algo a lo que la iglesia católica nos tiene históricamente acostumbrados. Con la omisión de la C se intenta abarcar a toda la juventud del planeta y, así, monopolizar el término “juventud”. Una Jornada Mundial de la Juventud es mucho más amplia que otra Jornada Mundial de la Juventud Católica, dónde va a parar.
La otra explicación es que la supresión de la C es un acto de camuflaje. Se evita nombrar la característica principal del montaje, que es eminentemente religiosa, para beneficiarse de otra, más amplia, más ambigua y mucho más conveniente para redondear la primera explicación: es un evento cultural, de interés público, importantísimo para cualquier país que se precie. La omisión de la C hace mucho más aceptables y comprensibles las aportaciones, los descuentos y las facilidades dados a los “peregrinos”.
Desde luego, si yo fuese turista en Madrid y alrededores este verano, ya estaba pidiendo el libro de reclamaciones para denunciar la discriminación, el agravio comparativo y, si me apuras, la mala fe de las autoridades y reclamar la devolución de la diferencia, porque yo, que vengo con la intención directa y primordial de conocer y utilizar la ciudad, sus museos, sus restaurantes, sus monumentos, su todo, dejándome un pastón en el proceso, fruto de las tarifas vigentes y de algún que otro sablazo, sin ofertas que me valgan, y sumando mi granito de arena a los millones de incautos que venimos de igual modo durante el año, yo, sí, yo, me siento como puta, con perdón, que además pone la cama.
En 2010, la ciudad de Madrid tuvo 7’9 millones de visitantes; la región tuvo 9’8 millones; ¿podemos imaginar un trato similar al ofrecido a los asistentes a la JMJ sin C? Para morirse de la risa, si no fuese por el olor... olor de santidad, que no embarga.
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