En la revista El Globo Sonda ha comenzado la publicación por entregas de mi poema épico El día. Es un conjunto de 24 poemas que narran el viaje iniciático del primer hombre (o sea, Yo) el primer día desde su casa-templo en busca de la mujer (o sea, Ella), por la ciudad, hasta encontrarla y regresar, y dar comienzo, así, a un nuevo día y un nuevo viaje.
Hay un título alternativo para el pema: Las horas del paraíso.
I
Día,
con tu misma luz me desperezo,
a idéntico ritmo imperceptible
avivo las sábanas y mis miembros.
Aire.
Soplo.
Soy un dios en cierto modo,
aunque sin mérito
(como cada día cualquier mortal
que sea consciente y haga lo mismo
de forma parecida).
Estoy solo como un dios.
Y acostumbrado
(¿estoy seguro de esto?).
La memoria me ayuda
a encontrar sentido alimenticio.
Ayer es la palabra
que me afianza a este suelo,
quizás a esta tierra con o sin mayúscula.
Ayer, recuerdo,
ayer, remuevo,
ayer de nuevo.
Menos mal que siempre queda ayer
al otro lado del espacio en blanco
de este párrafo que empieza
hoy
ahora
ya.
Nada como un ancla de memoria
con su hermosa cadena oxidada,
con los chirridos armónicos
que te apuñalan
y amarran al día,
al día de hoy... naturalmente.
Me izo.
Los pies en el suelo
disimulado de alfombra,
zapatillas navíos a pesar de este mástil
del cual surge este mástil
como una rama.
Risa del dios.
Olor y ruido mientras se rasca.
¿Huele la luz?
¿Suena?
Abisal cuestión en este instante.
Dios debe tomar conciencia y lo dice:
hágase el entorno.
Y el entorno se hace.
Panteón automático.
Huele el cuerpo, la casa y la calle.
Suena lo mismo
más la memoria.
Dios quiere mear.
Y lavarse la boca.
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