El sompata Boris quería ser
escritor y tomó una decisión muy importante.
- Hasta que no se me ocurra una
buena historia no pienso salir de casa -dijo en voz alta, aunque estaba solo,
como si al oír su voz se cargase más de razón.
Y así pasó un día tras otro,
esperando a que le llegase a la mente una buena historia. Pero la historia no
llegaba.
La sompata Cusot quería
ser personaje y tomó una decisión muy importante.
- Hasta que no se me ocurra una
buena historia no pienso meterme en casa -dijo en voz alta en plena calle, como
si quisiera que todo el mundo la oyese y la apoyase.
Y así pasó un día tras otro,
deambulando por la ciudad en busca de la historia que la convirtiese en un
personaje. Pero la historia no llegaba.
Un día, harto y aburrido de
esperar, Boris se asomó a la
ventana. En la acera había una sompata de un gris apagado que
lo miraba fijamente. Le llamó la atención el esfuerzo que parecía hacer para
mantenerse en pie, porque su cara expresaba un cansancio infinito. Boris se
preocupó, y con razón, porque la sompata se desplomó de repente.
Salió de casa rápidamente para
socorrerla. Al llegar junto a Cusot, tuvo una sensación extraña, como si una
ligera brisa soplase desde diferentes direcciones, y a la vez muy agradable.
Ayudó a incorporarse a la sompata
gris apagado, paró un taxi y la acompañó hacia el hospital.
Pero por el camino ambos ya
sabían que no era en el hospital donde iban a recibir la ayuda que necesitaban;
era en el taxi donde sus respectivos problemas se iban a solucionar. Allí, en
aquel espacio en movimiento, medio casa, medio calle, Boris hizo su pregunta.
- ¿Qué te ha pasado?
Y Cusot, la suya.
- ¿Y a ti?
Así empezó su gran historia... Y
la del taxista, encantado de que no se dieran ninguna prisa en responder.
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