jueves, 19 de julio de 2012

El fútbol


El fútbol, el menos deportivo de todos los deportes, el que se puede ganar sin ganar, el que ocupa tanto o más tiempo sin juego que jugando, el que puede ser tan aburrido como la aguja minutero de un reloj, el que se niega a aplicar la tecnología a pesar de lo absurdo que es ya no aplicarla, de tal forma que todo el mundo ve el error inmediatamente, menos los propios interesados, bastante ridículos en ese papel de ignorantes por imperativo legal; el fútbol, digo, herramienta política para sosegar inquietudes, desviar atenciones, elevar ánimos, levantar orgullos, suprimir nacionalismos, unificar colores; el fútbol, insisto, que sirve tanto para ilustrar la España folclórica y rancia como para descargar pasiones por la vía directa, que nos relaciona tanto con la abulia como con el arrojo, que nos avergüenza a la vez que nos enorgullece, que es contradictorio y absurdo al mismo tiempo que lógico y racional, que abuchea y silba el mismo trofeo que luego exhibe y ensalza, que insulta y amenaza a la vez que alardea de juego limpio e integración, que encandila por igual a energúmenos fascistoides que a intelectuales superprogres; el fútbol, repito, que interesa sobre todo cuando ofrece la victoria, cuando el esfuerzo y la lucha culminan con la victoria, cuando los deportistas vencen a sus contrincantes y alzan la copa y dan la vuelta al campo y declaran las obviedades sin sustancia que se repetirán mil veces en los medios; el fútbol, concluyo, que tiene la virtud de hacernos sentir más cerca de la felicidad, de hacer nuestra vida un poco menos monótona y triste y crítica, de volvernos más humanos unas cuantas horas a la semana, aunque esa serie de sentimientos sea pasiva, fácil y alienante; el fútbol, en fin, que forma un paréntesis publicitario que enriquece lo anterior y lo posterior de cada jornada; el fútbol, pregunto, ¿qué tiene el puñetero fútbol?

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