jueves, 7 de febrero de 2013

El cuento de contar cuentos


Una hermosa consecuencia de la publicación de mi último libro ha sido la novedad de presentarlo en una sesión de cuentos. Qué mejor forma de presentar un libro infantil que arroparlo con otros cuentos infantiles y contarlos a niños y padres en un marco tan adecuado como una biblioteca o una librería. Es una experiencia emocionante y satisfactoria y me sirve para destacar dos conclusiones entre las muchas que pueden obtenerse. Una es que el poder seductor de los cuentos es enorme y se refleja en los rostros de quienes los escuchan. Otra es que es difícil contar cuentos. Quien lo haya hecho alguna vez lo habrá comprobado y, si es mínimamente honesto consigo mismo, reconocerá que para ganarse la vida con ello son necesarios una buena preparación, mucho trabajo y muchísima afición. Y desde el otro lado, quien haya asistido como público a alguna sesión de cuentos, podrá dar fe de lo que se siente cuando el narrador, cuentista, cuentero, o como queramos llamarlo ( excepto cuenta-cuentos, por favor), es capaz de atraparnos con su voz y llevarnos a través de la historia en un viaje emocionante, cómplice y ancestral. Cómo describir la sensación que produce oír ese texto tantas veces leído, de pronto más vivo, distinto, nuevo, por culpa del cuentista que lo ha tomado y lo ha hecho vibrar en el aire de la sala como si fuese la primera vez que esa historia saliese de las páginas del libro, o de la memoria del narrador, exclusivamente para nosotros. Los narradores aficionados podemos ser resultones con un repertorio limitado y un auditorio comprensivo. Los buenos profesionales son verdaderos artistas, autores también ellos muchas veces, y auténticas bibliotecas itinerantes.
Y ahora también ellos están en peligro de extinción, como toda la cultura en este país. Escuchar las condiciones laborales y fiscales que sufren ahora es algo vergonzoso, para gritar, más que contar, el desprecio con que son tratados por este gobierno miserable.


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