sábado, 9 de marzo de 2013

Cuento



El rastro salía del televisor, bajaba por el mueble hasta el suelo y avanzaba por el pasillo. Entraba en la cocina, se entretenía en la nevera y volvía al pasillo, para alcanzar el dormitorio. Esquivaba la puerta entornada y seguía por la alfombra hasta la cama. Subía, se introducía bajo la sábana, por un resquicio de la chaqueta del pijama se posaba en la cálida piel de mi mujer y desaparecía bajo el pantalón hacia su sexo. Allí lo alcancé, pero los jadeos no eran nuestros, sino del televisor. Y tuve que regresar para apagarlo.


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