El rastro salía del televisor, bajaba por el mueble hasta el
suelo y avanzaba por el pasillo. Entraba en la cocina, se entretenía en la
nevera y volvía al pasillo, para alcanzar el dormitorio. Esquivaba la puerta
entornada y seguía por la alfombra hasta la cama. Subía , se introducía
bajo la sábana, por un resquicio de la chaqueta del pijama se posaba en la
cálida piel de mi mujer y desaparecía bajo el pantalón hacia su sexo. Allí lo
alcancé, pero los jadeos no eran nuestros, sino del televisor. Y tuve que regresar
para apagarlo.
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