La Feria del Libro de Madrid es la fiesta del libro y quizá sea por eso
por lo que se vuelca en ese objeto, por otro lado hermoso e imprescindible en
nuestra vida, para elevarlo a las alturas del símbolo cultural.
Por omisión,
por defecto, el libro celebrado es el de papel y cualquier referencia o alusión
al otro, a su hermano pequeño electrónico y digital, brilla por su ausencia. No
hay en la Feria, o no llaman la atención, e-books
ni e-readers (tras la publicación de este artículo he sabido que el reglamento lo prohíbe). Sí hay chorraditas
relacionadas con las redes sociales, códigos QR, páginas web..., pero siempre
con el libro como referente.
Durante dos semanas, librerías, distribuidoras,
editoriales e instituciones escenifican ese largo paseo de casetas y papel, por
donde circulan curiosos, asiduos y devotos dispuestos a conseguir la firma del
autor de referencia, la obra largamente anhelada, la rareza que tristemente no
va a poder ser porque incluso los especialistas llevan a la cita lo más
vendible. Durante dos semanas, el Retiro, el pulmón, se llena de pulmones que
lo revitalizan y convierten en un espacio envidiado -más todavía-, por las
demás ciudades del país.
Pero hay algo que debe cambiar, es necesario un cambio
en el punto de vista con que se piensa la Feria -posiblemente el mismo cambio
que hace falta en el mercado, la política y las campañas ad hoc-.
Es necesario reconocer que el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, no es el protagonista, no es el fin. El libro es el medio, el instrumento, la herramienta... el objeto, y más concretamente, el objeto directo del verbo que mueve todo el tinglado, el verbo leer. El protagonista es el sujeto que realiza esa acción, que se beneficia de esa acción y que utiliza el objeto para vivir mejor. El protagonista es el lector y es en él en quien debe concentrarse el esfuerzo y la celebración, con todos los recursos y todas las posibilidades que ofrece este momento extraordinario que vivimos, en el que realidad y ficción parecen compartir universos maravillosos con y sin papel.
Es necesario reconocer que el libro, en cualquiera de sus manifestaciones, no es el protagonista, no es el fin. El libro es el medio, el instrumento, la herramienta... el objeto, y más concretamente, el objeto directo del verbo que mueve todo el tinglado, el verbo leer. El protagonista es el sujeto que realiza esa acción, que se beneficia de esa acción y que utiliza el objeto para vivir mejor. El protagonista es el lector y es en él en quien debe concentrarse el esfuerzo y la celebración, con todos los recursos y todas las posibilidades que ofrece este momento extraordinario que vivimos, en el que realidad y ficción parecen compartir universos maravillosos con y sin papel.
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