No hay palabras
Tocas un cuerpo,
sientes su repetido temblor
bajo tus dedos, el
cálido transcurrir de la sangre.
Recorres la
estremecida tibieza,
sus corporales
sombras, su desvelado resplandor.
No hay palabras.
Tocas un cuerpo; un mundo
llena ahora tus
manos, empuja su destino.
A través de tu
pecho el tiempo pasa,
golpea como un
látigo junto a tus labios.
Las horas, un
instante se detienen
y arrancas tu
pequeña porción de eternidad.
Fueron antes los
nombres y las fechas,
la historia clara,
lúcida, de dos rostros distantes.
Después, lo que
llamas amor, quizá se torne forzada promesa,
levantado muro
pretendiendo encerrar,
aquello que
únicamente en libertad puede ganarse.
No importa, ahora
no importa.
Tocas un cuerpo, en
él te hundes,
palpas la vida,
real, común. No estás ya solo.
MARTÍN DE RIQUER
En el artículo que Josep Massot ha escrito
para La Vanguardia,
recuerda una de sus anécdotas más conocidas, que le retratan como docente, como
investigador, como humanista. “¿Sabe, joven? Yo no he trabajado en mi vida”. Y
ante esta provocación, antes de que el alumno (porque todos somos sus alumnos)
comenzara a tomar aire para intentar enumerar los cientos de libros y artículos
que ha publicado en su vida, el maestro contestaba: “Yo nunca he trabajado, me
he divertido. El mejor consejo que puedo dar es que busquen una manera de
ganarse la vida que les divierta. Recuerdo mi primera clase en la universidad.
En silencio, miré el aula y me dije: ‘Si, de aquí a tres años, no hay quien
sepa la asignatura mejor que yo, habré fracasado’. Porque la misión del
profesor es transmitir conocimiento, si no, no habríamos salido aún de
Aristóteles. Recurrir a una tradición para no interrumpir una cadena que dura
ya siglos”.
(José Manuel Lucía Megías)
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