jueves, 12 de junio de 2014

Libro de los errores


Yo voy a la granja
Ilustraciones de Amélie Graux
Juventud, 2014



Leer con los dedos y con la boca es una técnica lectora que dominan a la perfección los más pequeños y que van, vamos perdiendo a medida que crecemos, lamentablemente. Leer como quien se alimenta, como quien busca y encuentra. 
Los libros que utilizan texturas para jugar con esas sensaciones y asociarlas a diferentes objetos, seres o sustancias son una propuesta habitual desde hace años entre las editoriales que tienen a los más pequeños entre los destinatarios de sus libros y pueden encontrarse obras originales, divertidas y curiosas. 
Hay dos formas de hacerlo: la textura se asocia con un tipo de superficie y sensación (suavidad, aspereza, rugosidad, etc.), la textura se asocia a un objeto-ser-sustancia como característica (pelo, escamas, etc.). En el primer caso, no es imprescindible asociar la textura con ningún objeto-ser-sustancia, pero en el segundo sí que el objetivo parece ser asociar la textura con su realidad y, en consecuencia, hay algunas limitaciones lógicas dignas de tener en cuenta (como líquidos, por ejemplo). 
Son libros que permiten diferentes acercamientos y varias maneras de leer. Podemos leer y tocar a la vez; podemos nombrar el objeto-ser-sustancia, palpar su textura y tratar de recordar después, podemos intentar adivinar… Son ideales, por tanto, para jugar con los más pequeños y para aprender jugando a conocer el mundo que nos rodea.
Sin embargo, a veces ocurre que o no se piensa bien el producto o se desvía del propósito inicial o sencillamente se quiere explotar un recurso que resulta agradecido y tiene su público asegurado.
Pues bien, en Yo voy a la granja ocurre que se riza el rizo, se cae en el absurdo y, peor aún, se comete algún error de muy difícil justificación. Diferentes niños y niñas visitan una granja y se acercan a varios de los objetos-seres-sustancias habituales en ese entorno. Así, tenemos leche, pero tocamos plástico blanco. Tenemos un pollito recién nacido, pero tocamos la cáscara de plástico marrón y el relieve cóncavo del huevo. Y lo mejor de todo, tenemos una gallina… ¡con pelo! Sí, sí, ¡tocamos una gallina con pelo en vez de plumas! Pasen y vean. Genial.
Por otro lado, la obra forma parte de una serie en la que destaca otro elemento revisable. En títulos como Yo voy a la playa, Yo como, Yo duermo, la presencia del pronombre me parece redundante, forzada e incluso algo perniciosa para libros que intentan enseñar a mirar al exterior; su supresión evitaría llamar tanto la atención sobre , lector o protagonista de la historia, sobre todo si contemplamos todos los libros de la serie juntos.







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