jueves, 27 de noviembre de 2014

Oralidad y escritura


Mi primer contacto con la literatura oral en la plaza de Xemáa el Fna de Marraquech me condujo a una reflexión sobre la especifidad de la escrita a partir de las diferencias existentes entre ambas: mientras en la comunicación oral, el locutor puede referirse en todo momento al contexto, eso es, a una situación concreta y precisa, común a todos los auditores y espectadores de la halca, en el campo de la literatura escrita, el autor y el lector no tienen nada en común, salvo el texto compuesto por el primero y el dato de pertenecer (por nacimiento o por aprendizaje) a una misma comunidad lingüística. El hecho de que al leer, por ejemplo, una novela, la comunicación no se establezca entre un locutor y un auditor con idéntica o aproximada experiencia del mundo (como en el caso de la literatura oral), sino entre un narrador y un lector,ocasiona que el primero no pueda verificar si el segundo posee en el momento de la lectura el conocimiento del contexto que da por supuesto el texto narrativo. Ello explica que el lector alejado del texto en el tiempo y/o en el espacio requiera un intermediario que recree las situaciones contextuales para suplir precisamente la ausencia de situación.
En la halca nada de eso es necesario. El cuentista se dirige directamente al corro de espectadores y cuenta con su complicidad. El texto que recita o improvisa funciona como una partitura y concede al intérprete un amplio margen de libertad. Los cambios de voz y de ritmo de declamación, de expresiones del rostro y de movimientos corporales desempeñan un papel primordial. Una obra en apariencia sacra puede ser parodiada y rebajada a un nivel escatológico. En los cuentos infantiles y gestas caballerescas, el amplio uso de números cinegéticos y paralingüísticos subraya la magia, fuerza o dramatismo de los episodios narrados.


Juan Goytisolo: “Las mil y una noches en Xemáa el Fna”, en El Correo de la UNESCO (2000)


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