miércoles, 24 de julio de 2019

Por aburrimiento



Y al fin llegó el día. El día del fin del mundo. Al menos para Dani, que a sus ocho años vio cómo el universo dejaba de expandirse, se detenía un instante –un instante cósmico, bien es cierto– y comenzaba a retraerse, primero lentamente, a velocidad supersónicolumínica después, con intención, sin duda, de volver al principio, a la explosión primigenia, y a la nada absoluta... Terror de ocho años sin paliativos. 
Y todo por un castigo, maldita sea. 
“Te has quedado sin consola, sin tablet e incluso sin tele, hasta mañana. A ver si así aprendes”, había sentenciado su madre. 
Y enseguida el desierto en derredor, la muerte amenazante, el vértigo incontrolable del tiempo vacío, tiempo muerto, tiempo antitiempo, sin máquinas, sin imágenes ni sonidos, sin botones ni pantallas ni navegación ni estímulos. Hasta mañana. 
El terrorífico abismo del aburrimiento se abrió ante él y su insondable profundidad se hundía hasta mañana. Entonces, tirado sobre las baldosas de su habitación, llorando y maldiciendo con maldiciones y lágrimas de ocho años, las fauces del aburrimiento lo engulleron de un único y certero bocado, lo tragaron sin masticar y Dani se vio flotando en su estómago, que de pronto era el mar pero también el espacio, donde nadaba y navegaba sin límites, de galaxia en galaxia, como cometa ahora, o como sol ahora, ahora como misil hipermegasuperdestructivo, hacia el confín y el origen, y la explosión total...
Hasta mañana... Hasta un mañana inexistente, porque el universo ya no existiría mañana. Él, Dani, ya no estaría, no sería. Nada. Vacío. Enorme interrogación. Y la necesidad de dibujarlo todo y escribirlo y jugarlo, fabricarlo, incluso, con su juego de piezas, sus canicas y sus figuras. 
Y el fin del mundo llegó a su fin...; quiero decir, llegó por fin, para empezar de nuevo, porque el aburrimiento lo hizo posible. Al menos para Dani.


No hay comentarios: