Jo, macho, cuesta decirlo. Cada cuatro
días muere una mujer. Así hemos empezado el año. Qué mala suerte tienen las
pobres mujeres... Cada cuatro días muere una mujer asesinada. Qué mala suerte
tienen... Cada cuatro días muere una mujer asesinada por su pareja. Qué mala
suerte... Cada cuatro días muere una mujer asesinada por su pareja, un hombre.
Qué mala... Cada cuatro días muere una mujer asesinada por su pareja, un
hombre, en un caso más de violencia machista. Y no, no es una cuestión de
suerte; es una avería, la avería que algunos hombres tienen en la cabeza,
avería manifestada en el impulso consumado de matar..., de matarla, porque solo
la matan a ella, la mujer, no lo olvidemos.
Algunos se suicidan después, lo
cual le da a la avería una complejidad mayor si cabe, porque, por un lado
pienso, menos mal que ha tenido la “decencia” de matarse también, pero por otro
lado me cabreo porque ya podía haber invertido el orden de los factores y
haberse quitado de en medio antes, y por otro lado más me abismo en una
incógnita tremenda pensando en lo que debe de sentir ese individuo para y por
hacer lo que hace, en carne ajena y propia.
Qué falla. Qué está pasando aquí
para que cada cuatro días un hombre mate a una mujer a la que dice querer, sí,
con locura, qué ironía, con locura..., ¿quizá por eso? Qué locura. Y esas
voces. ¿Violencia intrafamiliar? ¿El hombre, discriminado por la ley de
violencia de género? ¿En serio? ¿No ven la necesidad de distinguir?
Voy a hacer
el esfuerzo de imaginar un hombre muerto cada cuatro días a manos de su mujer;
un hijo muerto cada cuatro días a manos de su madre; un padre muerto cada
cuatro días a manos de su hija... Voy a intentar imaginar un marido, un hijo,
un padre, asesinados por dejar de querer a una mujer, una madre, una hija;
asesinados por ser marido, hijo, padre, hartos de ella, la mujer. Y no, la
cabeza no me da, macho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario