domingo, 29 de noviembre de 2009

Silva politiquera


Después de más de 30 años de democracia nacional, más de 50 de alianzas internacionales, más de 200 de derechos fundamentales, podemos sugerir algunas desordenadas reflexiones alrededor de la política actual.

Es necesario, como el comer, propiciar un cambio en el sistema, un cambio de base, esencial, que remueva la podredumbre y abra otros caminos nuevos y esperanzadores: limitación del poder de actuación de los políticos, listas abiertas, aplicación real de la máxima “una persona, un voto”, etc.

Quizá haya que rendirse a la evidencia y reconocerla abiertamente: el objetivo de todo Ayuntamiento es colocar a la mayor cantidad de vecinos posible, así que se debería trabajar directamente en ese sentido para garantizar que no sólo los vecinos con cargos y contactos en asociaciones, agrupaciones y colectivos varios tienen posibilidades, sino cualquier vecino, independientemente de su cualificación y filiación política. Lo importante es que tengan ganas de trabajar y trabajen. Lo demás vendrá dado con el tiempo.

Dado que ya es del todo increíble e irrecuperable la independencia de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial, si no recuerdo mal), la única solución para una labor aceptable en cada uno de ellos es el control férreo mediante la creación de un cuarto poder, al que podemos llamar, por ejemplo, tiranía electa, que los dirigiría eficaz y eficientemente.

Mientras exista el derecho a veto en las instituciones y organismos internacionales (llámese ONU, OTAN, Unión Europea, etc.), nunca, jamás, se conseguirá hacer nada realmente serio ni, mucho menos, útil ni, mucho menos aún, estable.

En política, la presunción de inocencia es una falacia, por no decir una estupidez, ya que está sometida al rigor de la responsabilidad política, que es esa idea propagandística y electoralista mediante la cual se establece que la simple sospecha de delito acarrea pérdida de votos y, por tanto, de poder y, en consecuencia, ha de ser intervenida quirúrgicamente de urgencia.

Si con la experiencia acumulada, las leyes aprobadas, los mecanismos activados, sufrimos el mayor oscurantismo, la mayor corrupción, el mayor distanciamiento, la mayor decepción, políticos de la historia reciente, ¿para qué votar? En el fondo somos carne de oclocracia, de un gobierno de la muchedumbre entendida ésta como masa estúpida y viciada, y estamos encantados de que nos bañen en demagogia.

Cómo es posible que el fallo generalizado del sistema capitalista afecte más, avergüence más y paralice más a los gobiernos socialistas.

Más de 30 años de democracia para terminar conviviendo con funcionarios acomodaticios, técnicos negligentes, políticos ineptos y ciudadanos irresponsables.

Si con tantas leyes y mecanismos establecidos para garantizar la transparencia, la igualdad, la rapidez, el control, etc., de la administración pública, el nivel de honestidad no parece haber aumentado, sino, más bien al contrario, parece estar cada día más en entredicho, ¿no sería más razonable ahorrar esfuerzos, tiempo y dinero y recuperar el sistema caciquil, para tener algo evidente a lo que oponerse y luchar?

No hay comentarios: