martes, 2 de marzo de 2010

Libros que me gustan


BARR(I)O DE MEDELLÍN

Título: Barro de Medellín
Autor: Alfredo Gómez Cerdá
Ilustraciones: Xan López Domingo
Edición: Edelvives

Camilo y Andrés, los dos niños protagonistas de este libro, aún no tienen diez años, viven en un barrio marginal de la ciudad, en condiciones bastante lamentables, con graves problemas familiares, y sin ir al colegio. En su diario deambular por Medellín hablan, hacen planes, cumplen las tareas cotidianas, como conseguir una botella de aguardiente o cubrir con barro los ladrillos de la fachada de su vivienda, para ocultarlos a la vista, porque son robados y son negros, como los de la nueva biblioteca. Camilo, de mayor, quiere ser el jefe de una banda de ladrones. Andrés, por el contrario, se niega a ser ladrón; sin embargo, también sabe que nunca abandonará a su amigo. Un día entran en el impresionante edificio de la nueva biblioteca y Camilo decide robar libros para venderlos y conseguir el alcohol que le exige su padre.
Cuando en la normalidad de unas vidas como éstas se incluyen constantes atolladeros de los que hay que salir como sea, conceptos como bien/mal o correcto/incorrecto diluyen sus contornos y se acercan de modo que en otras circunstancias quizá no ocurriría. Por ejemplo, sabemos que:
robar está mal,
robar libros está mal,
robar libros de una biblioteca está mal,
robar libros de una biblioteca para venderlos está mal,
robar libros de una biblioteca para venderlos pero no venderlos y pensar en tirarlos está mal…,
pero si en lugar de tirar el libro se lee, como el que no quiere la cosa, entonces qué pasa.
Así es como en esta novela se abre una pequeña rendija hacia la esperanza.

Es habitual en los libros de Alfredo Gómez Cerdá -o a mí, al menos, así me pasa- quedarse con ganas de saber más cosas, de conocer más detalles de los casos y las cosas que relata, de las personas que transitan por sus páginas. Quizá sea porque la sencillez y la claridad con que nos cuenta sus historias provoca en los lectores una curiosidad extra; quizá se deba, simplemente, a que, como adultos, necesitamos más enjundia narrativa.
Aparte de esto, Alfredo consigue interesarnos, acercarnos e implicarnos en la aventura cotidiana de Camilo y Andrés, con apenas unos trazos, unas pinceladas, unas pocas frases, que hacen cuidada y rica la novela. Y, por supuesto, con la gratificante presencia de una bibliotecaria más lista que el hambre.

Lo único que no me gusta de este libro son las ilustraciones, absolutamente sosas, triviales y prescindibles. Lo siento.

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