Mi vecina Felicidad, Feli, ha seguido de cerca el conflicto parleño y hoy me ha venido con un enfado descomunal. Al parecer, no aceptaba la evidencia de que los medios de comunicación ya han desterrado definitivamente la objetividad de su código deontológico, y rendirse a la evidencia le ha supuesto un duro golpe cívico y moral. "Tener que leer La Razón y ver Telemadrid para conocer la verdad... Mira lo que me han obligado a hacer", me dice soltando sobre la mesa decenas de revistas del corazón, de moda, de decoración, de pasatiempos, de astrología..., "la sobredosis de medios derechones para conocer con pelos y señales el asunto de Parla solo puede combatirse con esta mierda, concho". Le sirvo el vino tinto de las crisis y hablamos de la manipulación informativa que sobrevuela la realidad, cruda y evidente, de esta ciudad, mientras hojeamos páginas de papel cuché. Repetimos una y otra vez que el problema es económico, laboral y ético, las tres caras inseparables de la perversión política que se ha instalado en el sistema democrático y ha alcanzado unos niveles de indecencia obscenos. “Unos niveles que tampoco se van a remediar tras estas elecciones, ¿verdad? Habrá enormes recortes, pero ningún saneamiento. ¿Cuándo llegará el día en que los ediles respondan con sus bienes, sean privados de la inmunidad y los privilegios que los amparan y rindan ineludiblemente cuentas de su gestión?" Mientras habla, Feli casi llora de rabia, pero se repone en seguida. "Necesitamos controles antidopaje político ya", añade, "y distribuir entre los interesados una explicación precisa sobre la diferencia entre un ayuntamiento y un cortijo, un partido y una secta, un político y un cacique, un socialista y un fascista, la honestidad y la delincuencia...". Un, dos, tres, responda otra vez, digo para seguir enumerando binomios temibles y mira estos zapatos qué adecuados parecen para patear culos y culas.
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