De repente un día cualquiera
el ídolo se tambalea,
se llena de grietas y moho,
parece más viejo que antiguo,
no sucio, tampoco limpio.
Qué desconcierto.
Qué hacer con él ahora.
Un rato de observación
retrasa la decisión
para pasar a la acción.
Menos mal, porque si no...
La mano lo palpa insegura,
la vista lo escruta,
la boca lo besa...
Crecemos.
Hemos crecido,
y de repente el mundo a los pies.
El ídolo ya no lo es,
ahora lo somos.
¡Nada entre el cielo y nosotros!
Nada ni nadie.
Bajamos la vista a la tierra
y allí están minúsculos todos,
adorándonos a su modo,
llenándonos de babas,
llamándonos “papá”.
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