El domador de sueños
Kókinos, 2008
Por culpa de José Morán (y su reseña en el nº 105 de la revista Peonza) he recuperado este álbum imprescindible para quien quiera
un álbum que trate sobre el arte de contar historias.
Qué exagerado, diréis.
Es posible, pero así lo siento y puedo justificarlo.
Habla el nieto. Nos
dice que su abuelo podía soñar con lo que quisiera y, a continuación, cita algunos
casos en los que el relato del sueño del abuelo consigue seducir a quienes lo
escuchan. Y lo hace tan bien que se dedica a soñar por encargo de los vecinos;
cada uno le revela su deseo y, más tarde, el abuelo le cuenta el sueño donde lo
ha hecho realidad. Sólo al final, el narrador nos desvela la auténtica verdad,
la madre de todas las verdades. Su abuelo era un pésimo soñador, apenas
recordaba alguna vez lo soñado. ¿Entonces? Entonces, lo que ocurre es que el
abuelo en realidad era un… Y hasta aquí puedo contar.
El domador de sueños es un álbum sobre los sueños, los deseos… los
cuentos, sobre el poder de sugestión de la palabra, el poder que tiene para
hacer realidad los sueños y los deseos, sobre su poder transmisor de felicidad.
Está narrado con sencillez, como un cuento, sin extenderse, sin complicaciones,
excepto la complicación final que guarda ese giro de tuerca que hace de esta
obra algo especial.
Las ilustraciones
están realizadas con diferentes materiales y técnicas (dibujo, collage, tinta,
acuarela, pastel…), representan muy bien la invasión de la realidad por parte
de la imaginación y están llenas de buenas ideas para enriquecer la historia y
su lectura. Y quiero destacar las guardas, que muestran un horizonte de antenas
(pero esto es una manía mía, que me fascinan los bosques de antenas, así que no
cuenta).
Un álbum para tener
y retener, que demuestra una vez más que cuando el escritor y el ilustrador son
la misma persona, puede surgir una chispa muy especial… Es el caso de Nicolai
Troshinsky… Claro que, como bien sugiere José Morán, con ese nombre,
cualquiera.
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