jueves, 16 de mayo de 2019

Crónica de un viaje


En abril estuve en Ecuador. Fui invitado a participar en el III Encuentro Internacional de Literatura Infantil y Juvenil de Riobamba, una hermosa ciudad al sur de Quito. Participé con una ponencia sobre lectura de libros infantiles, un acercamiento a esa literatura, y dos talleres de escritura creativa con jóvenes de quince y dieciséis años. No sé si podéis imaginar lo que se siente al hablar entre especialistas y estudiantes de un tema que os interesa profundamente y sobre el cual lleváis pensando y trabajando muchos años; ni lo que se siente al comprobar la aceptación que diversas estrategias de escritura —siempre gracias mil, Rodari— tienen entre el alumnado adolescente de un país lejano, literalmente, y los resultados admirables, por originales, ocurrentes, técnicos o imprevistos. 

Es algo impagable, inolvidable y de valor incalculable, al menos para quien esto firma, que ha dejado en mi memoria una huella profunda y algunas conclusiones que deseo compartir. 
Es conveniente (y necesario) que los adultos implicados escuchemos cuentos infantiles de vez en cuando; es necesario (y conveniente) que los jóvenes, en algún momento, puedan expresarse en libertad (subrayo, en libertad) dentro del encorsetado ámbito académico en que viven; es conveniente conocer cómo se entienden, trabajan y desarrollan la lectura y la literatura infantil en lugares diferentes al nuestro; es necesario conocer a otras personas con quienes se comparte una afición, quizá un trabajo, y con las cuales se pueden intercambiar experiencias y perspectivas, y es conveniente y necesario dedicarle tiempo, espacio y esfuerzo suficientes a la lectura y a la literatura infantil, la única literatura que, como bien dijo el profesor y escritor Xavier Frías, cambia con el lector, acompañándolo en su viaje hacia la edad adulta.


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