martes, 25 de enero de 2011

Sangue sabur


Una leyenda persa habla de la piedra de la paciencia, una piedra a la que cada uno le cuenta sus pensamientos, sus dolores, sus miserias, sus secretos... Es una piedra que absorbe como una esponja todo lo que le confesamos, hasta que llega un día en que, llena completamente, explota. La más famosa, y posiblemente la más impresionante, es la Piedra Negra de La Meca, albergada en la Kaaba, alrededor de la cual giran millones de musulmanes cada año. Dicen que llegará un día en que la Piedra Negra, colmada por los sentimientos y los pensamientos volcados en ella durante siglos, estallará en pedazos y, entonces, será el fin de la humanidad.
Pero cada persona puede -y debería- tener su propia sangue sabur, no tiene por qué ser una piedra literal, puede servir cualquier objeto, incluso el cuerpo yacente del marido sobre el cual la mujer se desahoga, se duele y se libera, como ocurre en la hermosa y dramática novela del escritor Atiq Rahimi, titulada así, La piedra de la paciencia, ganadora del premio Goncourt en 2008.
Así he empezado el año, releyendo la novela y decidiendo hacerme con mi propia sangue sabur. Como no ando sobrado de piedras preciosas en casa, he elegido una copa, una copa de cristal de Venecia, esbelta y de un tono grisáceo bastante interesante. A ella me encomiendo cada día para contarle mis cuitas. No se trata de escurrir el bulto, sino de tomar conciencia cada día de lo que ocurre, lo que pienso, lo que digo, lo que hago, lo que me duele, lo que lamento, lo que deseo: el final de ETA, de la crisis, del paro, de los corruptos, de los violentos, de los estúpidos... Espero que aguante y no se llene antes de tiempo.



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