sábado, 19 de febrero de 2011

Rebelión.es



Mi vecina Felicidad, Feli, llamó a mi puerta golpeando con los nudillos, toc-toc-toc, toooc-toooc-toooc, toc-toc-toc. Con ese inesperado S.O.S. supe que algo raro iba a pasar. Efectivamente, cuando abrí, algo raro pasó… a casa. Iba ataviado con una túnica, unas babuchas y la cabeza cubierta con una kufiyya palestina. “Fíjate bien”, habló la irreconocible Feli, y yo obedecí. Me fijé bien. Llevaba un rosario con crucifijo en la mano izquierda, una Biblia en la mano derecha y una estrella de David al cuello. Muy digna, Feli saludó, “salam malecum, shalom, hola”, y me pidió una copa de vino rojo como sangre. Yo respondí “malecum salam, shalom, pues hola” y abrí una botella de un Somontano de 2006.
Sin mediar más dilación, brindamos por lo que ella quiso, que fue: por el fin de los tiranos, siempre; por las religiones solo en los corazones voluntarios, su único hábitat natural (y se despojó del disfraz y sus heterodoxos complementos); por el salto tunecino y egipcio de 1432 a mayo del 68 y noviembre del 89 a la vez y ojalá que de una vez; por el pueblo, porque siempre tiene que ser el pueblo; por las mujeres, porque también serán ellas; por las redes sociales y los esemeses; por los periodistas dignos; por el ejército, también pueblo; y, fíjate bien, Carlos -me aludió, muy seria-, por la democracia, por una nueva y limpísima democracia a la que nadie debería temer, sino desear, y por el contagio de esa savia nueva a más pueblos, y también a nosotros, que falta nos hace. Amén.
Casi nos chispamos con tanto brindis, y con ese puntito entonamos nuestro himno ateo, El cromosoma, de Javier Krahe, esa canción que empieza: “Hace tiempo que me importa un comino que el último jalón de mi camino caiga lejos de Roma...”. Y que termina: “…la muerte no me llena de tristeza, las flores que saldrán por mi cabeza algo darán de aroma”.


Ilustración: escultura "Starway to heaven", de Eugenio Moreno, en ARCO 2010. Foto de Guillermo Sanz en Público.es


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