martes, 24 de mayo de 2011

La tierra de su cabeza


Antes, en Stony Brook, y después en Rutgers, sentía la lectura como una fina lluvia que iba empapando una tierra fértil donde florecían con facilidad ideas e intuiciones. Cada libro era un nuevo turno de riego, y él sólo tenía que dejarse empapar. Leía y enseguida tenía que buscar su cuaderno Moleskine, porque las ideas brotaban espontáneamente. En Missouri todo eso había cambiado: la lectura se había convertido en una lluvia pesada que rebotaba sin calar sobre un alféizar de zinc. La tierra de su cabeza, que en otro tiempo había sido roja y vegetal, se había endurecido. Cifuentes llevaba mucho tiempo sin ejercitar su voluntad, esta había perdido musculatura, se había atrofiado cubierta de flojedad y desidia.

Antonio Orejudo: Un momento de descanso (Tusquets, 2011)


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