jueves, 23 de junio de 2011

Ediciones Sompatas (XVI)


CADA MAÑANA, AL SALIR DE CASA

El sompata Robelús sale de casa con nervios. No sabe por qué, pero siempre sale de casa con nervios. En cuanto pisa la calle siente un latigazo que le sube desde el zapato hasta la gorra, atravesando todo su cuerpo, y ya no hay forma de parar. El latigazo lo desequilibra y para no caerse se agarra a lo primero que pilla, que resulta ser un sompata grande y gordo de color morado, llamado Glorio y que además es su padre.
Cuando Robelús se agarra a Glorio, ambos se elevan por el aire como si fueran dos globos siameses. Pero antes de que se alejen demasiado hacia la atmósfera, la sompata Mirilla, famosa por su buena puntería -y por ser madre de uno y esposa de otro-, les dispara una flecha que les da de lleno y los va vaciando de aire.
Y, claro, no bajan hacia la tierra, sino que salen disparados en todas direcciones, hasta que se vacían del todo y caen en medio de una selva llena de peligros, como el temible Chupolor, que se alimenta de sompatas miedicas, a los que les chupa el color hasta dejarlos transparentes; o la feroz Atizasca, que salta sobre su presa y de un zarpazo le pinta todo el cuerpo de gris, cosa que a los sompatas les da pavor, porque odian el gris, color sinsustancia y triste como un día sin sol ni música.
Robelús y Glorio se camuflan con hojas y barro y logran salir de la selva sin demasiados apuros. Pero ahora se encuentran en medio de un feroz combate entre los somperros y los gapatas, que luchan por el tesoro de la montaña Tamaña. Somperros y gapatas combaten a gritos, rugidos y maullidos, cada cual más insoportable, hasta que uno de los dos bandos se rinde porque no oye nada de nada.
Robelús y Glorio se tapan los oídos con las manos y corren, corren como liebres hasta el otro extremo del campo de batalla, hasta que se alejan tanto que dejan de oír los gritos, los rugidos y los maullidos.
Entonces regresan al barrio y descubren que han llegado a la escuela.
Al despedirse, Robelús da un beso a su padre Glorio y le dice:
- Jo, papá cada día cuentas historias más alucinantes. Lástima que el trayecto sea tan cortito.


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