martes, 7 de agosto de 2012

El ritmo de la lectura



Seguía leyendo algunos tebeos, pero más los libros que me llenaban el cráneo y me ensanchaban la frente. Leerlos se parecía a adentrarse en el mar con la barca, la nariz era la proa, las líneas, las olas. Iba despacio, a golpes de remo, ciertas palabras que no entendía las dejaba correr, sin rebuscar en el diccionario. En espera de entenderlas, quedaban aproximativas. Tenía que entenderlas por mi cuenta, definírmelas a través de otras ocasiones, a fuerza de toparme con ellas.
(...)
En la sombrilla de al lado, una chica del norte se pasaba todo el tiempo leyendo libritos policíacos, los mismos que mi abuela devoraba en un día. Me pasmaba que alguien pudiera leerse un libro entero en un día. Por las líneas paso lento incluso ahora, voy andando respecto a quien lee a velocidad de bicicleta. La chica leía así, rápida y por nada a su alrededor distraída. Su madre la interrumpía invitándola a un chapuzón, a refrescarse. Dejaba sobre la toalla el libro abierto y obedecía a su invitación, sin hastío, sin entusiasmo tampoco. Y no hacía muecas afectadas al contacto con el agua, entraba en ella ligera, como en otra habitación. Nadaba a espalda y a braza, diez minutos y vuelta atrás. Se estrujaba sobre la arena sus mechones castaños, se secaba y se tumbaba a leer.


Erri De Luca: Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, 2012)
Traducción de Carlos Gumpert.


2 comentarios:

Danilo T. Brown dijo...

Regular. Ya le eché el ojo al libro y no me deslumbra.

besitos.

Odal Orto dijo...

Claro, infancia, crecimiento, Nápoles..., demasiado normal para ti, jeje. pero ya llegarás, ya.