Seguía leyendo algunos tebeos, pero más los libros que me llenaban
el cráneo y
me ensanchaban la
frente. Leerlos se parecía a adentrarse en el mar con la barca, la nariz era la
proa, las líneas,
las olas. Iba despacio, a golpes de remo, ciertas palabras que no entendía las dejaba correr, sin
rebuscar en el diccionario. En espera de entenderlas, quedaban aproximativas.
Tenía que
entenderlas por mi cuenta, definírmelas a través de otras ocasiones, a fuerza de toparme con ellas.
(...)
En la sombrilla de al lado, una chica del norte se pasaba
todo el tiempo leyendo libritos policíacos, los mismos que mi abuela devoraba en un día. Me pasmaba que alguien
pudiera leerse un libro entero en un día. Por las líneas paso lento incluso ahora, voy andando respecto a quien
lee a velocidad de bicicleta. La chica leía así, rápida y por nada a su alrededor distraída. Su madre la interrumpía invitándola a un chapuzón, a refrescarse. Dejaba sobre
la toalla el libro abierto y obedecía a su invitación, sin hastío, sin entusiasmo tampoco. Y no hacía muecas afectadas al contacto
con el agua, entraba en ella ligera, como en otra habitación. Nadaba a espalda y a braza,
diez minutos y vuelta atrás. Se estrujaba sobre la arena sus mechones castaños, se secaba y se tumbaba a
leer.
Erri De Luca: Los peces no cierran los ojos (Seix Barral, 2012)
Traducción de Carlos Gumpert.
2 comentarios:
Regular. Ya le eché el ojo al libro y no me deslumbra.
besitos.
Claro, infancia, crecimiento, Nápoles..., demasiado normal para ti, jeje. pero ya llegarás, ya.
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