A las puertas del reino, en la interminable
hilera de hornacinas que se extendía a ambos lados, estaban expuestas las
cabezas de todos los reyes habidos... las cabezas, los cráneos o los restos de
osamenta, según antigüedad. Todo forastero que traspasaba el umbral lo hacía
con la incertidumbre de no saber si entraba en un reino terriblemente cruel o
extraordinariamente generoso. Solo al abandonarlo disipaba sus dudas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario