Últimamente tengo algo abandonada
la literatura infantil y juvenil. No encuentro un motivo especial para ello,
simplemente ocurre que me apetece más leer y escribir poesía y narrativa
adultas, concebidas sin ese dique de contención que suele intuirse o levantarse
claramente en las obras infantiles y juveniles a la hora de tratar determinados
temas o desplegar algunos recursos. La tengo algo abandonada, pero no
absolutamente, aclaro, eso sería imposible, y si seguís este blog comprobaréis
que sigo reseñando y aludiendo a la LIJ con frecuencia.
Y ha sido al pensar en la
expresión “dique de contención” cuando he recordado dos obras que me gustaría
citar aquí como ejemplos de eso. Seguramente, la elección tenga mucho que ver
con el mes, abril, y la memoria, el recuerdo de la República y la Guerra Civil. Sirva,
pues, de recuerdo.
Una de las obras es infantil, se
titula La perrona y su autor es Vicente Muñoz Puelles, la editó Anaya en 2005 y
recibió el I Premio Libreros de Asturias. Es una novela recomendada para
lectores a partir de 10 años y narra el viaje de un niño a Rusia, junto con
otros muchos, para ponerse a salvo de la guerra recién empezada en España. La
otra es de Fernando Marías y se
titula Cielo abajo. También lo editó
Anaya en 2005 y también fue un libro premiado, doblemente: II Premio Anaya de
LIJ y Premio Nacional de LIJ 2006; pero esta segunda novela está recomendada a
partir de 12 años y narra una historia de aviadores, bombardeos y espionaje en
el Madrid de 1936, con la “complicación” narrativa añadida de presentar un salto
temporal de 60 años.
Muñoz Puelles escribe una novela
sencilla (no simple, ojo) con una peripecia central que apenas se distrae con
algunas referencias histórico-sociales concretas, lo cual resulta muy adecuado
para los lectores destinatarios, pero que a los adultos nos deja algo fríos,
porque necesitamos más o, al conocer más el asunto, echamos de menos la novedad
deseable en una obra de este tipo.
Marías, en cambio, despliega un
arsenal narrativo muy variado. Desde la estructura de la novela, hasta la
naturaleza de los personajes, pasando por la selección de acontecimientos y
referencias históricas, todo hace recordar a esas obras escritas por y para uno
mismo, válidas y recomendables para lectores próximos a la adolescencia, pero
también -y quizá más exitosamente- para lectores adultos, necesitados de
historias bien trenzadas y de lecturas serias y originales.
Como lector adulto, veo, siento,
el dique de contención en la obra de Muñoz Puelles y lo percibo como el precio
a pagar para poder tratar ese tema en concreto; pero no lo percibo en absoluto
en la de Marías
y esto es algo que me gusta especialmente, porque convierte la novela en una
obra recomendable y valiosa para todo tipo de lector.
Ambas me parecen muy buenas
novelas y la diferencia de peso entre una y otra es de la misma naturaleza que
las diferencias que regulan algunos deportes de contacto, donde los ligeros y
los pluma no pueden competir por evidentes y contundentes motivos.
Añado, por último, que no me
supone un gran conflicto aceptar la simplicidad y la limitación en el trato de
un tema comprometido (muerte, enfermedad, guerra, exclusión…) en una obra
infantil. Si la obra está bien hecha, entran en juego otros factores que la equilibran
(un ejemplo destacable me parece Flon Flon y Musina (SM, 1993), de Elzbieta). Sin embargo, sí que me cuesta trabajo
aceptar -o notar- esa simplicidad y esa limitación en un libro juvenil, porque
me parece autocomplaciente y paternalista, cuando no directamente oportunista,
privar a unos lectores prácticamente ya formados de la seriedad, la profundidad
y el respeto que se merecen.
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