Ilustración tomada de: http://turismojoven.wordpress.com/ category/estadisticas/ |
Siempre me ha llamado la atención el modo
de plantear las estadísticas sobre la lectura que periódicamente saltan a la
palestra de los medios para concluir que sí, que leemos más, pero que lo
hacemos fatal y aún nos falta la de dios para llegar a la media de vete tú a
saber qué países en no se sabe qué sentidos.
Por ejemplo, me divierte leer que
el hábito lector se mide a veces en libros leídos. Libros, como si fuese un
modelo válido, por único e invariable. Yo, el año que leí Paradiso, de Lezama Lima, y que tardé dos meses y pico en terminar,
lo pasé fatal, porque me convertí en uno de los puntos que sólo lee un libro al
trimestre, qué vergüenza. En cambio, desde que leo libros infantiles,
especialmente álbumes ilustrados, estoy que me salgo; mi curva lectora ha
desbordado la hoja y se ha clavado en el techo de casa; incluso mi vecina me ha
dicho que le he levantado algo la plaqueta del comedor.
Y cuando un estudio
habla de lectores “habituales” y a renglón seguido especifica que son los que
leen “al menos” un libro al trimestre, se me saltan las lágrimas de placer y
pienso “¿ves qué fácil es hacernos felices?, con un poquito que nos esforcemos
entramos en las estadísticas por la puerta grande” (siempre y cuando no se
trate de Paradiso, claro está, porque
a ese ritmo nos llevaría dos años, y eso no hay estadística que lo resista).
Ya
puestos, debería haber estadísticas más acordes con los tiempos que vivimos, de
libros comprados a juego con el papel pintado del salón, o de libros bajados de
internet pero leídos en el bar de la esquina, junto a una cañita y una de
bravas, con el dinero ahorrado con la descarga. Serían
igualmente inútiles y una nueva expresión de que de la lectura, como de tantas
cosas, interesa más la piel que el fruto.
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