…resultaba
revelador el gusto de este joven farmacéutico ilustrado, que tal vez en otra
vida fue Trakl o que tal vez en ésta aún le estaba deparado escribir poemas tan
desesperados como su lejano colega austriaco, que prefería claramente, sin
discusión, la obra menor a la obra mayor. Escogía La metamorfosis en lugar de El
proceso, escogía Bartleby en
lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja,
pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes
obras, imperfectas, torrenciales, las que abren caminos en lo desconocido.
Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo:
quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento,
pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes
maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese
aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.
Roberto
Bolaño: 2666 (Anagrama, 2004)
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