Me
pregunto si no hay un montón de creencias bobas alrededor de la educación
superior. Nunca he conocido a nadie que por ser hábil con los logaritmos y
otras formas de poesía fuera más ducho lavando platos o zurciendo calcetines.
He leído todo lo que he podido y me niego a “admitir impedimentos” para amar
los libros; asimismo, he conocido a muchas personas buenas y razonables echadas
a perder por exceso de letra impresa. Por otro lado, leer sonetos siempre me ha
provocado hipo.
¡Nunca
quise ser escritora! Y, sin embargo, creo que hay algunos detalles divertidos
en mi historia con Andrew, la historia de cómo los libros acabaron con nuestra
apacible vida.
Cuando
John Gutenberg, cuyo verdadero nombre era, según el profesor, John Gooseflesh,
pidió prestado un dinero para montar su imprenta arrojó al mundo un montón de
problemas.
Christopher Morley: La librería ambulante (Periférica, 2012)
Traducción
de Juan Sebastián Cárdenas
No hay comentarios:
Publicar un comentario