sábado, 19 de octubre de 2013

Alias.puf


Mi vecina Felicidad, Feli, entró en casa como un rayo, dejando a su paso un reguero de lamentos e interjecciones. Después, todo fue monólogo. "Me he equivocado, he cometido un error espantoso, soy despreciable, una cucaracha, un gusano, un triste despojo... Me he escondido tras un alias en Internet y he machacado a un imbécil. ¿Sabes el poder que da un alias en Internet? Sí, claro que lo sabes, pero me refiero al que utilizas no para protegerte, sino para atacar con total impunidad, para decir las cosas que nunca te atreverías a decir abiertamente en público, mucho menos cara a cara, el alias que utilizas para suprimir todo intento de diálogo razonado, para despreciar al destinatario, tratar de ridiculizarlo, desviar la atención del asunto tratado hacia lo personal o lo más conveniente, llenando el foro que sea de perturbación y ruido. Es como ponerte una máscara desinhibidora, el disfraz perfecto o, mejor todavía, ser la mujer invisible. Ahora formo parte de ese ejército de cobardes bocazas que disimula su ignorancia con desplantes, su fanatismo con prepotencia y sus prejuicios con estereotipos babosos y electrónicos...". Decidí intervenir y le pregunté por el caso motivo de aquella explosión. "Eso da igual -contestó-, lo importante es que Internet nos brinda la ocasión inédita de poder intercambiar opiniones con cualquier persona, incluidas las que son o deberían ser referentes, y en lugar de eso nos aferramos a nuestra triste, lamentable y pobre autosuficiencia para llenar de mierda el panorama, bien por temor individual, bien por sentimiento proselitista, o bien por vocación de lameculos o soplapollas, con perdón... Y qué hago ahora, dime, qué puedo hacer. ¿Confieso y desaparezco del mapa?" "No, Feli -respondí-, nada de culpabilidad seudocristiana. Mantén tu alias y dignifícalo". Y, ya más tranquila, aceptó una copa de buen vino.



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