Sí, yo he venido a hablar de mi libro,
como Francisco Umbral en aquel programa televisivo. Por qué. Porque quiero y lo
necesito, ya ves. Explícate. Me explico. Pertenezco a esa clase de escritores
que entienden la literatura como juego y fingimiento, como medio de expresión
en sí mismo, al margen de la realidad circundante, de la vida personal, del
compromiso. Al margen quiere decir independientemente de todo eso, pero no en
contra de todo eso. Vuelvo a explicar. La literatura me permite fabular,
inventar, cambiar... La chispa de una idea se convierte en la red eléctrica de
una historia. Ésa es mi responsabilidad. Sin embargo, ay, en ocasiones veo
muertos. Hala. Aclaro. En ocasiones, la realidad ejerce tanta presión que la
literatura se reboza en ella y se empeña en construirse entreverada de
realidad. Me ha ocurrido en dos ocasiones. La primera fue hace seis años y tomó
la forma de un libro de poemas, Panorama
y rendija, rabiosos, cabreados y críticos. La segunda fue hace tres años y
poco y se ha materializado en un libro muy especial. Esta estafa de dimensiones
continentales a la que llamamos crisis se ha convertido en punto de fuga
inevitable de mi escritura y ha tejido un extraño tapiz a mi alrededor,
confeccionado con la relación impagable de dos amigos, Carlos y Pedro. Entre
los tres dimos forma a una serie de relatos y poemas con lo que exorcizar,
agredir y despreciar esta dramática situación que nos afecta y desespera. Ese
proyecto, combinación apenas paradójica de trabajo duro y veladas inolvidables,
sale ahora a la luz bajo el título de Puta
crisis. Son innumerables los casos de escritores que han utilizado (o han
sido utilizados por) la literatura como terapia o catarsis. Yo no me atrevo a
tanto, pero puedo asegurar que la vida nunca ha estado tan cerca de mi
escritura como ahora, por activa o por pasiva, bien es cierto.
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