Las
librerías repuntan. Leo que cada día cierra alguna menos y abre alguna más. Y,
según parece, nacen pequeñas, especializadas y ubicadas no en el centro de la
gran ciudad, sino en la periferia, y en los pueblos. Así que la montaña librera
ha decidido ir hasta el mahoma lector... Quién lo iba a pensar, pero qué
alegría, en cualquier caso. Desde luego, el mundo del libro y la lectura tiene
la cualidad de activar resortes inesperados en las personas... Resortes de
audacia sentimental e irresponsabilidad financiera que llevan a abrir un
negocio de futuro incierto; resortes de solidaridad, proselitismo y
corporativismo entre lectores... Ay, los lectores. Menuda panda de diletantes y
paternalistas que no sólo se alegran del bien ajeno, sino que alientan al
competidor e incluso trabajan esforzadamente para aumentar su número. Los
lectores, que se reúnen en clubes nada secretos para erigirse en críticos y e
incluso en autoridades incontestables; que se lamentan, medio llorones, medio
cocodrilos, por las malas estadísticas, pero enseguida se ponen manos a la obra
-literaria- para remediarlas. El lector debe de ser el único animal que piensa
constantemente en su opuesto, el no lector, y está dispuesto a auxiliarlo, a
redimirlo, a convertirlo, de manera pertinaz, aun sabiendo que está condenado
al fracaso o, cuando menos, a ignorar el calado de su empeño. No le importa. Es
inherente al lector hacer lectores, porque no se puede estar callado ni guardar
el secreto ni ocultar el último hallazgo. Ay, los lectores. Menudos
exhibicionistas. No quiero imaginar la que pueden liar este 2016 con los 400
años de la muerte de Cervantes y Shakespeare.
martes, 19 de enero de 2016
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