lunes, 21 de noviembre de 2016

Los refugiados de Claudel


La nieta del señor Linh
Philippe Claudel
Edición: Salamandra, 2006
Traducción de José Antonio Soriano



Un anciano en la popa de un barco. En los brazos sostiene una maleta ligera y a una criatura, todavía más ligera. El anciano se llama Linh. Es el único que lo sabe, porque el resto de las personas que lo sabían están muertas.

En el primer párrafo de esta novela corta apreciamos ya gran parte de sus componentes. Es una historia de refugiados, de guerra, de muerte y de soledad. Está contada con frases cortas, en tiempo presente, por un narrador en tercera persona con un grado contenido de omnisciencia centrada en el protagonista, algo que al final tiene su explicación y su justificación narrativa.
El señor Linh llega a otro país, donde es alojado temporalmente en un centro de refugiados. Está solo, no conoce a nadie, ni habla el idioma, e incluso los demás refugiados lo tratan fríamente y con cierto desdén. Toda su atención se concentra en el cuidado de la criatura que tiene a su cargo, su nieta Sang Diu. Gracias a los paseos que da por los alrededores, conoce al señor Bark, un hombre robusto y afable, con quien entabla una hermosa relación de amistad. A pesar de no entenderse con palabras, se compenetran, se reconfortan y se convierten, mutuamente, en una presencia indispensable que enriquece sus solitarias vidas. Pero al señor Linh lo trasladan un día y esa segunda migración, esa repetición del aislamiento y la incomprensión se le hace insoportable, por lo que decide escapar.
La historia que nos ofrece Claudel es dura, terrible, y su manera de desarrollarla, con ternura y concentrada en el señor Linh y algunos retazos significativos de su vida, no le quita peso, a contrario, comprobamos que las historias más terribles lo son sobre todo por las personas a quienes afectan, lo son cuando "descienden" al nivel de lo humano. Y en este caso, además, el autor juega con una sorpresa final que nos deja deslumbrados y da sentido a detalles y pequeñas extrañezas que han ido salpicando la narración desde el principio.

De Philippe Claudel me sorprendió y gustó mucho Almas grises, y ahora me ha vuelto a sorprender y a gustar con esta historia. Ambas novelas comparten un estilo lleno de sensibilidad, amante de la economía de personajes y recursos, capaz de crear ambientes y personalidades con unas pocas pinceladas, de lograr emocionar sin caer en el regodeo y la evidencia de lo explícito.
Y me gusta sobre todo haber llegado a esta novela a través de mi hija, a quien se la recomendó un compañero de facultad. 



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